Una de las facetas menos conocidas de la Medicina es la que podríamos denominar como la “aventurera”. De hecho, la práctica de la profesión ya es una gran aventura, a veces incluso peligrosa, en especial para los que la ejercen en medio de confrontaciones bélicas o en inhóspitas y remotas regiones. Pero, además, algunos doctores  se han distinguido por  su amor al riesgo y a las emociones de una existencia vivida con intensidad. Este fue el caso, ya olvidado, de Elisha Kent Kane (Filadelfia 1820, La Habana 1857) médico, científico y explorador polar. Así se reconocían sus méritos  en un extenso artículo necrológico publicado en la revista El Siglo Médico (1857):

“El hombre eminente, el ilustre viajero, el sabio médico que gozaba de una reputación universal, el Dr. Kane, en fin, ha dejado de existir. Cuando la fortuna le sonreía, cuando su  nombre ya resonaba de un polo a otro, cuando el gobierno de una nación de Europa lo buscaba y le ofrecía los medios de continuar sus ilustres descubrimientos, vino la implacable muerte a cortar el hilo de su vida, y a los 35 años de edad le hace abandonar un mundo donde tantos laureles le esperaban. La Habana   ha tenido el sentimiento de presenciar su muerte, cuando se regocijaban de albergarlo en su seno.

Eliseo Kent Kane nació en Filadelfia el 3 de Febrero de 1820, y se licenció en la Universidad Médica de Pensilvania en 1843. Inmediatamente después entró en el servicio naval de los Estados Unidos como cirujano segundo, y fue como facultativo en la primera embajada que se dirigió a China, lo que le facilitó visitar diversos puntos de aquel imperio, las islas Filipinas, Ceilán, y el interior de la India. Dícese que fue la segunda sino la primera persona, y de todos modos el primer blanco que bajó al cráter del Tael de Luzón, lo que verificó dejándose caer atado de una cuerda que sobresalía 203 pies más alta que la meseta donde terminó su bajada.

En una de sus expediciones por el Archipiélago estuvo a punto de perecer a manos de los ladrones, y tuvo que batirse también con los salvajes, experimentando en toda ella padecimientos tales, que sucumbió a ellos su compañero el sentido y malogrado barón Loe.

Posteriormente remontó el Nilo hasta los confines de la Nubia y pasó una temporada en Egipto entre las escenas favoritas de los exploradores de aquellas antigüedades. Atravesando a pie la Grecia volvió en 1846 a los Estados Unidos; pero apenas llegado partió de nuevo con destino a la costa de África, e hizo allí esfuerzos por penetrar hasta los mercados negros de Windah, pero unas fiebres le obligaron a regresar a su país. Se restableció pronto y enseguida marchó a Méjico, recibiendo en aquel acto el encargo de llevar despachos al general en jefe Scott, lo que logró al fin, aunque no sin gran trabajo y riesgo, sirviéndole de guía y escolta el bandolero Domínguez con su cuadrilla. En esta expedición salvó a varios prisioneros mejicanos que se hallaban bajo su custodia, incluso los generales Torrejón y Gaona. Le mataron el caballo y recibió varias heridas graves; pero merced a las atenciones de generosos y agradecidos mejicanos, sobre todo la familia Gaona, de Puebla, se restableció al fin y continuó en Méjico hasta el cese de las hostilidades.

En 1850 marchó como cirujano mayor y naturalista de la primera expedición americana en busca de sir John Franklin (jefe de la primera expedición ártica encargada de buscar el paso del Noroeste), y por último mandó la segunda que salió con igual objeto en 1854, regresando a los 18 meses de infructuosos afanes, que no fueron desperdiciados para la ciencia.

Las narraciones de sus viajes dan una muestra de su gran capacidad y del valor que demostró arrostrando toda clase de peligros, hasta el extremo de tener que buscar alimento para sus compañeros de viaje,  y aún de fabricarles él mismo pan, mientras por su parte se contentaba con chupar la sangre de alguna rata que los otros despreciaban. Estos sorprendentes actos de abnegación y amor por la ciencia se encuentran en la descripción de sus viajes, publicada en Filadelfia, obra de la cual se vendieron 50.000 ejemplares.

El ilustre descubridor debía emprender en breve otra expedición para la que le había invitado el gobierno de S.M.B, pero unas fiebres escorbúticas (posiblemente el paludismo contraído en África) acabaron con su existencia a las once y media de la mañana del 16 de Febrero de 1857, en el hotel americano de Luz, rodeado de sus compatriotas y amigos”.

Hasta aquí, el  extracto del artículo biográfico. Aunque posiblemente la mayor hazaña protagonizada por Kane fue la expedición  en el bergantín Advance, en 1853, a lo largo de la costa de Groenlandia, descubriendo el glaciar de Humboldt, de 110 km de longitud, y una enorme hoya que en su honor lleva el nombre de Kane. Los funerales en La Habana,  con asistencia de las autoridades militares y civiles, revistieron una gran solemnidad. El gobernador español de la isla y el cónsul de los Estados Unidos pronunciaron sendos discursos, éste último manifestando la gratitud del pueblo americano por las atenciones dispensadas al ilustre médico (todavía no se habían iniciado las hostilidades que precipitaron la guerra).

Los restos mortales fueron embarcados en el vapor Cohawba con rumbo a Nueva Orleans donde se le rindieron más homenajes;  pero quizás Kane hubiera  preferido que en vez de tantos honores oficiales e importantes personalidades, le acompañaran  en el trayecto final algunos de sus desarrapados amigos mejicanos con una botella de tequila y unas guitarras cantando viejas rancheras como alegre despedida al compañero, parecidas a aquella que se haría popular cien años más tarde y que comienza así: “Te fuiste pronto como los elegidos”.

Autor: Jesús Sauret Valet

El Dr. Jesús Sauret es neumólogo de profesión e historiador de vocación, colaborador habitual en la revista “Archivos de Bronconeumología” y numerosos libros dedicados a la historia de las enfermedades respiratorias: Cien años de Neumología. 1900 – 2000, La mujer en la historia de la tuberculosis, La patología respiratoria en la poesía iberoamericana, Historia de la terapia inhalatoria.